El loco
- Si algo debemos
recriminarle es que ha permitido que su objetividad se haya desvirtuado en
función de sus anhelos soñadores… El vapor de las nubes es solo eso, ¿qué necesidad tiene de creer aunque sea por
un instante que son volutas de algodón? ¿Qué caso tiene pretender que el ancho
horizonte al final toca el cielo, o que
a la vista del mar océano en la lontananza las estrellas caen al agua? ¿Cómo puede usted, usted que
programó las rutinas gráficas más perfectas? Esas rutinas que simulaban sin error
los millones de movimientos de las hojas de los árboles, el salto de las ranas,
el chirriar de las hojas secas y en fin, todos los azarosos fenómenos que conlleva el
mundo natural. ¿Cómo es que ha caído embebido en fantasías de elfos, duendes y hadas?
- Permítanme
relatarles que cuando niño, yo retozaba bajo los sauces, y que perdí y gané horas
y días correteando por el bosque. Hice mi cama de miles de tréboles y aún me
arrobaba olisqueando florecillas y coleccionando insectos multicolores.
Mientras me bañaba en arroyos y pozas azules el viento del oriente me ponía la
carne de gallina, y allí fue en medio de ese mundo natural cuando tuve mi
primera epifanía; supe de repente que todo aquel conjunto de maravillas ahora formaban parte indeleble de mi persona y
que ya nunca podría desligarme de la naturaleza a la que había aprendido a
amar. Desde aquel instante contemplé el
mundo con otros ojos, y todo me resultaba mágico y asombroso. No tienen porqué
recriminarme, el niño en mí reclama las entelequias que hacen de la vida una
cadena de milagros. Pueden ustedes quedarse con los hechos “objetivos”, con las
rigurosas mediciones, con sus teorías, con su episteme… Anden, vayan y midan de
codo a codo el universo. Tiemblen de consternación a causa de los teoremas de
Godel. Delimítense y limítense en su mundo factual. Yo ya no tengo límites, yo
soy viajero cósmico que viajo en una nave-planeta. Mi nave lo tiene todo, es
mágica porque vive y me da vida. Si es preciso decir y afirmar que la luna es
de queso o que un conejo se estampó en ella. ¿Qué repelús les causa si a fuerza
de imaginación la existencia es más
placentera? Vean ustedes a los indios Lakotas, ellos afirman que por sus ríos corre
la sangre de sus abuelos y es cosa detestable contaminar sus ríos. Respetan y
cuidan sus bosques y montañas, porque en ellos habitan los espíritus de la
naturaleza. Vean a los japoneses que
cultivan el shinto. Cada Roca es un espíritu, cada árbol un tesoro. ¿Cuántas
veces habrán meditado a la sombra de un pinar, que asombrosas revelaciones habrán
surgido al contemplar extasiados tantas maravillas? ¿O me negarán ahora que un
árbol es un milagro? ¿Qué de milagroso tiene un mecanismo biológico que
transforma la luz en azúcares complejos?
TODO!! Y un poco más. Les pregunto, les vuelvo a preguntar: ¿A dónde
vamos desapegándonos del reverencial asombro? Un hombre de ciencia contempla el
mundo natural, pero ahora ustedes le suprimen el derecho al éxtasis. Ustedes
son los locos y no yo. ¿Cómo pueden coartar la interacción observador -observado?
Les juro que si ustedes contemplaran las maravillas que contemplan mis ojos, me
comprenderían y dejarían atrás este absurdo interrogatorio.
- Si nosotros
interpretáramos el mundo natural al modo de usted, sin duda estaríamos
contagiados de su locura.
- Sin embargo están contagiados
de otra locura: El prejuicio, que es la némesis inexorable ante el cual los científicos están propensos a sucumbir más que cualquiera. Hombres
de ciencia distinguidos pregonan que nuestro destino mismo está escrito en las
moléculas de ADN y los corifeos de la ciencia popular se unen al coro
exultante, sosteniendo que los seres humanos no somos sino entes
"programados". Que el genoma
contiene el conjunto completo de instrucciones y es el Santo Grial, la Biblia,
el Libro del hombre. Y peroratan que cuando esté completamente descifrado, se
entenderá cabalmente la esencia de la naturaleza humana…
- Pero mi sana locura descubre la mala locura de tales
afirmaciones. No hay ciencia capaz de explicar totalmente la naturaleza humana.
Todas las ciencias, incluso la más exacta, son solo esfuerzos parciales, desligados de la
unánime verdad. Como los argumentos de los ciegos que tienden a interpretar al
elefante según la parte que le tocan…. Un hombre o una mujer son más que su
psique y su imaginación; más que su bioquímica; y más que su identidad social. El hombre es más que sus genes. También es su
pasado, su presente, su futuro y sus anhelos soñadores. El hombre es más que sí
mismo, porque las cualidades humanas
sólo se pueden desplegar completamente en sociedades libertarias, humanistas y como
no, en sociedades plenas de mitología e imaginación creativa… Ya lo decía Ortega y Gasset que "el yo del hombre está inmerso
precisamente en aquello que no es él mismo, en la alteridad pura que es su
circunstancia". ¿Qué más grandes
circunstancias que las creadas por nuestras mentes fecundas?
¿O es que
acaso ustedes nunca contemplaron arte? Si de mí dependiese sembraría un árbol
en cada esquina, motivaría los ojos de los niños y niñas con las cuentas
multicolores de las maraldas, de los geranios, de los crisantemos, de los
robles y cerezos, maravillas parecidas contemplé al sumergirme en el mar océano.
Nieguen ustedes que la belleza esté ligada a la voluntad natural. Yo no lo
haré.
- Pero qué desvaríos de profeta new age
prorrumpen por su boca… Este tipo no tiene remedio, está loco,
rematadamente loco, ha caído en el laberinto sin fin de su propio sistema de
creencias. Pobre, morirá creyendo que un árbol es un milagro, morirá creyendo
que la belleza es “voluntad” natural como si de la termodinámica se tratase. Dejémoslo solo, no
tiene caso. Vámonos.
El loco los contempló con ojos tristes, para él no eran más que una
suerte de seres esclavizados a una horrible
locura… Y en ese mismo instante, en el mundo entero millones de almas sucumbían a diversas variantes
de esta locura. Unos consideraban ponerle un precio a todo, incluyendo a la
vida humana, otros más asesinaban a sus semejantes para quedarse con su petróleo mientras otros arengaban a los jóvenes a la
guerra, a la competencia salvaje, al desprecio por el planeta que les cobijaba.
Inanes, inmisericordes arrojaban bombas atómicas sobre mar y tierra, pero prestos
a calcular los efectos y a llevar rigurosas
mediciones de sus experimentos científicos…