viernes, 24 de julio de 2015

DESENfOQUES


          Sobre la soleada grama dos jóvenes se expresan su mutuo cariño. Él, es un joven que ha sentido a plenitud pasar los dieciocho veranos de su vida, y ella, ella conoce muy bien lo que es llegar a los diecinueve; Ajenos al mundo y a quienes les rodean la pareja se llenan de mimos y expresiones de amor; los besos, las caricias y los abrazos apretados se brindan al por mayor. Cualquiera podría apreciar claramente que cada uno de los jóvenes ha encontrado en el otro la viva expresión de sus añoranzas amorosas.  Y a buena cuenta, porque hacen constar con creces que la piel siente mucho más cosas que la ropa ceñida u holgada… Cosas como el toque del viento estival en las tardes solariegas, cosas como la embriagadora brisa marina trayendo de antaño al presente  ecos de vivas voces; los ecos de las jóvenes parejas que han encontrado en el parque Papagayo el amor...

       Desde la distancia unos ojos hurgan el horizonte medio empañados, ojos que divisan a la hermosa pareja con una terrible mezquindad. El viejo vigilante del parque con venenosa mirada  barre de lado a lado la figura de los jóvenes enamorados.

Yo no sé porque el viejo se llena de rencor  hacia el joven y de desprecio hacia la muchacha. ¿Acaso será porque el muchacho le recuerda el vigor que en él se ha apagado y la joven otro tanto de lo que ya nunca tendrá? Presto a  efectuar la labor defensiva  de la moral pública, el viejo vigilante abre la llave de paso que hincha la manguera del riego matutino, y sobrecogido por una mórbida oleada justiciera  empapa  a los enamorados con chorros de agua fría, -- ¡Ups!, lo siento, que esta cosa se ha disparado sola-- ¿por qué mejor no se retiran a otro lado muchachos?

      Los azorados jóvenes aunque tiritando a causa del agua fría, deciden tomar las cosas con calma, y azorados se marchan a completar el súbito chapuzón en la alberca del parque, lejos de los ojos y los furibundos castigos del viejo carcamán… --Vamos a ver si se anima a echarnos agua dentro de la  alberca; je, je, je--  El vigilante maldice para sus adentros—Ahora se pondrá peor la cosa… ¡Ya ni el agua fria les causa efecto,  y seguro, dentro de la alberca harán cada cochinada!, dentro del agua no podré ver lo que hacen…--  Pero si puede. El viejo sabe aún sentir con los sentidos  de su empañada memoria, porque de pronto se recuerda aspirando el dulce aroma de la  grama florecida, y recuerda, recuerda a un sonriente joven, es él, en otro tiempo, en el mismo lugar. Ahora al rememorar vuelve a revivir lo que la brisa trae consigo: Aromas de copas de oro y teresitas amargas; Aromas de grosellas y dulces capulines. Dulces, como los hinchados frutos del tupido parque, los frutos que aun siguen goteando leche y miel...Y seguirán aún a través de las décadas, de lo siglos, a través del tiempo y del espacio, porque este pequeño paraiso conlleva un sentimiento especial que el tiempo mudo y destructor solo acierta a mistificar... Y a lo lejos mira, contempla la playa adosada de pececillos y caracolas. En ese punto la vé, es ELLA, ELLA, enfundada en blanca espuma, la que cubre con generosidad a sus mórbidos pechos, a sus amplias caderas. No hubo necesidad de palabras, pues lleno de éxtasis recuerda haberse enamorado como un tonto...

Ahora, en el presente, los mismos aromas, las mismas imágenes resultan premonitorios de la consabida cantaleta, de que es dulce y amargo el amor... –Ya verán esos descocados, ¡que la vida no es solo calenturas!,  je, je, je. Ya he de ver a esa chamaca bien panzona y a ese gandul cargando bultos de cemento para mantener a su gorda… je, je, je Todos al final reciben su merecido, a todos les va todo lo bien que se merecen—

       Satisfecho en sus elucubraciones, el viejo vigilante dirige su mirada a otros puntos…

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